Casi todos los sistemas morales que se conocen, producto, por supuesto, de las múltiples visiones del mundo que los seres humanos hemos desarrollado y emprendido, tarde o temprano suelen crear inevitables complicaciones. Porque, en efecto, detrás de un particular sistema moral, se articulan una variedad conflictiva de valores cuya incidencia en la vida social y privada, establecen complejos marcos de representaciones, visiones singulares, normas, creencias y opiniones que procuran trazar rumbos o pautas de comportamiento. ¿Qué roles juegan la ética, la resiliencia y los valores en este gran paisaje?
Esto ha sido así desde que el proceso civilizatorio se estructuró de manera progresiva y fueron surgiendo, en consecuencia, modos concretos de entender la vida, organizarla, administrarla y, sobre todo, normarla. En este sentido, se podría decir que fueron primero las normas y las interdicciones quienes forjaron los sistemas morales. El orden reglamentario y todo lo que en materia correctiva se desprende del mismo, irrumpe a partir de lo que debía o no estar permitido. La prohibición, dicho de manera simple, crea la ley y establece los castigos. De la vigilancia permanente nacen los afanes para establecer las penas.
De modo, pues, que todo esto implica un largo recorrido que, ciertamente, explica el devenir de los procesos históricos y sociales del mundo. La historia económica, religiosa y moral del mundo es, en buena medida, la historia de sus creencias, el relato de sus miedos, el cuento infinito de sus desasosiegos y valentías.
Vida Cotidiana E Individualidad
De este gran plano universal, podemos pasar, por supuesto, al plano de la vida cotidiana y luego al orden natural de la individualidad. Es decir, poner el foco ya directamente, en ese ser que ha construido su individualidad a partir, por ejemplo, del temor, de valores específicos y que, asimismo, ha aprendido a gestionar, como gusta decirse hoy en día, sus fracasos y sus inevitables dolores.
De ahí que el dolor, aprender a superarlo, surfear a través de la angustia y maniobrar en los espacios conflictivos para salir de los mismos con éxito, a eso le llama hoy resiliencia. No es un método: es, en cambio, una forma distinta y funcional de encarar las dificultades más atroces con el fin de salir a la superficie y, entonces, volver a respirar de nuevo.
Respirar hondo –insisto- profundo, a pleno pulmón. Reinventarnos en medio de la crisis, reconstruirnos a partir de la desolación. Es, en este orden, por ejemplo, lo que siente un joven que ve frustrada su vocación profesional y se derrumba ante las dificultades o la ausencia de expectativas. Se trata de salir adelante sobreponiéndose a todo aquello que le ha impedido forjarse un camino dichoso y digno.
Buscando Desesperadamente Ayuda A Través De La Resiliencia
En este sentido, me gustaría señalar –y la experiencia lo confirma- la usual sorpresa que muchas personas demandan en procura de ayuda, influenciadas por aprensivos valores familiares y sociales, haciendo de estos una trinchera o refugio frente al problema que traen, y otras veces reforzando la tortura que sufren.
A pesar de que el concepto de moral tiene un evidente sesgo religioso, el mismo sirve para ilustrar qué pasa cuando los valores personales se vuelven muy rígidos y no admiten segundas oportunidades, marcando, de este modo, una línea roja y explosiva entre lo que está bien y lo que está mal. Y es que las personas que viven en esta grave encrucijada, se pueden ver obligadas por el contexto a actuar en contra de sus propios intereses y esquemas, generando, de este modo, mucho sufrimiento y considerables crisis que cuestan demasiado resolver. En este ámbito, la ética, la resiliencia y los valores determinan el modo y las ganas de vivir.
Tiende a ocurrir que en el interior de una persona se construyen directrices o normas que, por alguna razón específica, llevan muy rápido a la angustia, lo cual impide respirar y avanzar con tranquilidad. Al fin y al cabo, en eso consiste la resiliencia, en afrontar acontecimientos adversos de manera exitosa. Vale recordar, que los valores son aquellas ideas, actitudes y creencias a las que la persona proporciona valor y si además ella es coherente con dichos valores; es la propia persona la que cobra valor a sus propios ojos.
¿En Verdad Son Tan Importantes Los Valores Aprendidos?
Más allá de que los valores provienen de normas sociales, familiares o culturales, lo importante es que los mismos se logren afianzar en el ser humano, fortaleciendo así su capacidad para resolver los conflictos que la vida le plantea. Cuando esta función logra establecerse adecuadamente en las personas , los valores terminan por convertirse en una suerte de “marcos de referencia” o brújulas que nos indican cómo deberíamos configurar nuestro pensar; nuestro decir y nuestro accionar, generando una seguridad, y motivación que lleve a la búsqueda de experiencias que sumen al ser humano en su repertorio de recuerdos agradables.
Pero, asimismo, puede ocurrir todo lo contrario. Vale decir, que dichos valores no afiancen al ser humano sino que lo crucifiquen, lo quiebren, despojándolo, incluso, de su dignidad. Sería este el caso de personas que sienten que deben cumplir sin protestar con sus valores adquiridos; obtener, cueste lo que cueste, el éxito, ser responsables, excelentes personas, buenas esposas y maridos, etc.
Lo que indica que en estos casos existe, de fondo, un indecible malestar, una especie de mazo sobre su cabeza el cual dicta estricta sentencia y otras veces se proyecta como un afilado cuchillo que se clava en las entrañas.
Qué Es Lo Que Está Bien Y Lo Qué Está Mal
El dolor es insoportable. Para estas personas jamás nada será suficiente, hagan lo que hagan: siempre hay errores que señalar, tropiezos que castigar, y fracasos que avisan como un mal augurio. Conviene en estos casos tener en cuenta que como dice Joan Manuel Serrat , “esos locos bajitos “ cargan con las frustraciones y los sueños de los adultos, que junto con la leche tibia y las caricias; también suelen incorporar estos valores en momentos en donde el niño es muy chico para distinguir cuál es el modo en el que a él le gustaría hacer las cosas.
De modo que así aprende “lo que está bien y lo que está mal” entre otro cúmulo de cosas y de un modo complejo se va adueñando de un repertorio de elementos y recursos de origen dudoso, en el sentido de que si se busca hasta donde forman parte de un mandato familiar; realmente cuesta ver qué porción de esos elementos son heredados y cuáles otros forman parte de una elección.
Al respecto, siempre me resultó interesante observar que el carbón y el diamante, en apariencia tan distintos entre sí estructuralmente están compuestos por los mismos elementos, siendo prácticamente idénticos desde el punto de vista de su constitución físico-química. La diferencia en el modo de agrupar los elementos dentro de sus estructuras; que según se agrupen pueden inspirar lucidez, dureza, belleza, fragilidad, suciedad y una larga serie de otras palabras dependiendo del cristal desde el que observemos la realidad.
Respuestas Cargadas De Indiferencia
También puede ocurrir el proceso contrario, es decir, que haya una preocupante ausencia de valores, derivándose de ello una respuesta cargada de indiferencia, de apatía e, incluso, de “amoralidad” ante determinados eventos. En estos casos, psicológicamente, hablaríamos de problemas severos que impedirían la introspección o el vínculo coherente con otras personas.
Esta diferencia es particularmente considerable, dependiendo de si la misma relación de una persona con sus valores la conduce al sufrimiento, a reconfortarse o a la indiferencia; pues todo determina absolutamente el modo de caminar hacia lo que se desea, de ver a los demás en su justa medida, de pensar en alternativas, de resolver conflictos, de mirar al pasado, de contemplar el futuro con máxima libertad, lucidez y tolerancia.